La Suerte abandona a Donald Ttump

La suerte abandona a Donald Trump
POR ROSA TOWNSEND

Trump: 'El coronavirus desaparecerá, solo mantengan la calma'
El presidente Donald Trump se reunió con los líderes republicanos en Capitol Hill el 10 de marzo de 2020 para discutir medidas para abordar el coronavirus y su impacto adverso en la economía. 
Si existen las maldiciones políticas, a Donald Trump le han debido echar una enorme. De repente, todo se le ha volteado: el rival que más teme, Joe Biden, triunfa sin parar; el coronavirus avanza fulminante y aterrador sin que él lo pueda controlar; la bolsa se desploma; los expertos temen una recesión… Parece una plaga bíblica para arrasar lo único que a Trump le importa: la economía.
El COVID-19 ha infectado gravemente su presidencia. Y amenaza con enterrarla el 3 de noviembre. Si llega ese día solo él podrá culparse, por la desastrosa respuesta a la pandemia, mintiendo desde el principio para ocultar las cifras y el verdadero peligro de contagio, poniendo la vida de millones en riesgo, con el único fin de él seguir glorificándose. (“El virus es un fraude de los demócratas”, repetía).
La peor de las patrañas ha sido, y es, tapar el número real de infectados con el truco de dificultar el suministro de los test de detección a lo largo del país, bajo excusas de que los están fabricando y/o la distribución es complicada, bla, bla bla.
Es obvio que sin realizar test masivos no se puede conocer la magnitud de la epidemia. Pero ese ha sido el propósito claro de Trump: minimizar la crisis. Confundir a la población, darle una falsa sensación de que el virus está controlado, en vez de prepararla para lo inevitable. Y, sobre todo, exonerarse de responsabilidad buscando chivos expiatorios (culpando a otros países y a los inmigrantes).
Es inexcusable que en un país con 330 millones de habitantes apenas se hayan hecho pruebas a casi 11,000 personas; mientras que en la Unión Europea, Corea del Sur o China se hacen cientos de miles de test diarios. Lo cual explica la cifra elevada en dichos países.
Trump ha estado aprovechando la honestidad de esos países para encubrir su deshonestidad. Pero como la verdad siempre sale a flote, el miércoles, ya con el tsunami en su puerta y mientras preparaba una alocución a los fellow americans, le salieron al paso dos expertos revelando la verdad:
“Calculamos que entre 70 millones y 150 millones de personas contraerán el coronavirus en Estados Unidos”, advirtió el doctor del Congreso y de la Corte Suprema, Brian Monahan.
“Escucho a gente decir que la gripe mata a más personas. No es cierto. El índice de mortalidad del flu es de 0.1% y la mortalidad del coronavirus es al menos 10 veces superior”, dijo el mayor experto mundial en enfermedades infecciosas, el inmunólogo Anthony Fauci.
Por la noche de ese mismo día, Trump se dirigió al país y, sin mostrar empatía social, fue directo al grano de lo único que le preocupa para su reelección: “los bancos e instituciones financieras están totalmente capitalizados”; “esta no es una crisis financiera”.
No es “financiera” de momento. Mientras los pronósticos de recesión económica no se materialicen. Cuestión de tiempo. Porque cuando una economía como la de Estados Unidos, basada en el consumo, se paraliza porque la gente deja de salir, viajar, trabajar, comprar, enseguida se precipita una cascada de cierres, despidos, rebaja de salarios, etc.
La mayor crisis es de credibilidad. De falta de credibilidad de Trump. Por eso se desploma Wall Street cada vez que habla pretendiendo que no pasa nada, que “el virus desaparecerá milagrosamente”.
¿Quién puede creerle después de más de 17,000 mentiras comprobadas desde que llegó al poder? Nadie, excepto sus seguidores y la comparsa del Partido Republicano (salvo honrosas y escasas excepciones).
Alguien debió haber avisado al presidente de Estados Unidos de que el arte de la fabulación no mata a los virus. Ni mucho menos calma los mercados bursátiles.
Alguien debió decirle que la realidad no cambia por negarla.
Alguien debió informarle de que las crisis desnudan a los líderes.
Trump está tan desvestido que no sabe donde esconderse. Nunca había confrontado una crisis desde que irrumpió en la política, cabalgando sin freno sobre su ego y bravuconeria desmedidos.
Y en la vida anterior a la Casa Blanca, cabalgó a lomos de la suerte desde que su padre le dio $400 millones para montar su empresa. Y cuando tuvo que declarar cuatro veces bancarrota tuvo la fortuna de encontrar una salida en la TV como estrella de The Apprentice. Y para qué hablar de la suerte de ganar sin méritos la presidencia. Desde entonces ha tenido éxito buscando enemigos contra quienes fabricar dramas y caos.
Ahora, por primera vez y a sus casi 74 años, la suerte le ha abandonado. Su mayor tragedia es tener un enemigo invisible al que no puede ni insultar, ni tuitear, ni manipular.
Sería muy, pero que muy irónico, que un virus le quitara la corona a Donald Trump.
Rosa Townsend es periodista y analista internacional. Twitter: @TownsendRosa.

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